LA ALDEA GLOBAL

Gijón es la primer urbe de Asturias en número de habitantes. Y la primera en bullicio, museos, paseos, alicientes y ofertas turísticas. Y razas. Y pedigüeños. Y triquiñuelas para vivir del cuento. Una de estas triquiñuelas es la especulación para pedir limosnas -o para vivir sin trabajar. Para echarle cara a la vida y no se ruborizar por nada.
Gijón, que tiene tantos espacios para pasear y recorrer, tiene pocos huecos libres para no tropezar con la más variopinta legión de pedigüeños --menesterosos ya es cuestión de analizarlo--, que usan toda clase de subterfugios para pedir.--Y molestar continuamente. No te dejan en paz ni cinco minutos, pues no bien te sentaste en alguna terraza a tomar un café, cuando no te llaga un extranjero, que te hace gestos para pedirte, a veces de forma molesta, te llega un extraterrestre, que te deja una cartulina con un texto, o llega algún músico con una bote que pide el óbolo por su actuación de serruchar por el acordeón, o llega no sé quien, que se queda delante de ti como si uno fuese tonto de remate y no les viera...

Hay quien, en lo más céntrico, se sitúa con sus mercancías, lo que siendo tantos, no se sabe de qué pueden vivir, pues no todos han de vender. Lo cierto es que, viendo lo que se ve, Gijón ya no es una población en la que uno se encuentre sin cierta zozobra: asusta la presencia callejera del excesivo número de foráneos. Gijón ya es una aldea global. Una aldea en la que ya nadie se conoce y donde, aunque se diga que no, existe cierto recelo ante la babélica torre de razas y lenguajes que envuelven la vida de la villa de Jovellanos.

Pero, con todo lo que se quiera, lo que viene a ser una plaga es la abundancia de pedigüeños de toda laya, que todo lo inundan. Y no se diga que hay paro o que hay necesidades, que la inmensa mayoría de tales actores de la vida que se presencia en la calle gijonesa, no son ni siquiera españoles. Y si es así, que lo es, no se comprende que haya tanta aceptación, por parte de los regidores de España, de estas gentes que no tienen ni trabajo ni justificación de qué viven.

Como el asunto es, por cierto, escabroso, quede el caso así, mientras insertamos una de las muchas cartulinas que dejan en las mesas de los bares, con una leyenda sobradamente conocida.
Y aunque esté en castellano, los autores de este recurso poco honesto de vivir, no son españoles.

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